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"Todo el que crea que lo de afuera es lo más importante a la hora del banquete comerá solo las cáscaras"
O.Z.G

viernes, 7 de septiembre de 2012

Muerte que duele Ausencia


"...cuando ya no era mi perro el que ladraba..."


Lo que duele no es la muerte, lo que duele es la ausencia, constante, arbitraria, repetida, implacable,
 
abrumadora, insoportable...

El dolor por la muerte discrimina, humano, animal, vegetal,

Categoriza, separa, selecciona...

La ausencia es uniforme,

No sabe de colores ni de especies...

 

La ausencia cala los huesos de hombres y animales, de plantas e incluso de lugares...

La ausencia arde hasta el tormento en los rincones, desespera...

Vuelve humilde al villano e impotente al que roce aunque sin ganas...

La ausencia es excesiva e invasiva,

Te consume la risa y la mirada...

 

La ausencia se hace carne, y te hace añicos

Parece evaporarse pero revive en cada gesto de nostalgia...

Es un mal que no cura, es un puñal al alma... es un retorcerse de dolor los recuerdos en cada despertar
 
de las pestañas...

 

La ausencia es sin embargo compañía en las peores veladas...

Pero se vuelve pronto insoportable y es un gemir amargo de esperanza gastada...

La ausencia se apodera de los sitios más recónditos, de paredes, de puertas, de mesadas...

La ausencia se acurruca desafiante entre tus manos y te arranca las caricias desgarradas...

Te abraza sin que quieras, sin que pidas... y te asfixia con ansias...

 

La ausencia mata lenta y acompasadamente...

O se queda mirándote, secándote las lágrimas, lamiendo tus heridas...

Pero se queda siempre que alguien falta... se queda con aquellos que se quedan...

Ejerciendo su poder desde el silencio...

Defendiendo su lugar entre las sábanas...

 
A.C - 12/08/2009

jueves, 19 de julio de 2012

Mis Manos




Tengo las manos marcadas, tienen arrugas, tienen

Tienen mis manos líneas, tienen marcas, muchas, tienen muchas arruguitas pequeñas que las bordan

Tengo mis manos lejos de tus manos, tengo por unas horas

Y estas horas me arrugan más las manos

De ganas de abrazarte y que no llegues

Tengo las manos viejas de esperarte

Aunque solo te espere por unas pocas horas

Son horas que me escurren las manitas y las arrugan lejos de tu piel

Tengo las manos grandes y vacías

Con arrugas que cruzan por los dedos

Quedan feas mis manos en las fotos

Porque son manos de papel plegado

Con líneas que las surcan y las rajan

Son manos que trabajan

Tengo manos curtidas, piel rugosa

Manos con grietas muertas de nostalgia

Quiero abrazarte pronto vos piel otra, nombre propio:

Sebastián

Para que me suavices las manos con caricias

Para que vos recorras mis arrugas y mis manos

Ya no sientan que son feas en el mundo

De manos que no tienen

Líneas que

Las desborden y las crucen
A.C - 23/05/2012

martes, 27 de marzo de 2012

Pensamientos

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Porque me da la gana... porque remolonea en un rincón desde hace tiempo y hoy, por ser otoño, se merece salir a dar una vuelta de calesita al abrigo de un sol tibio y las primeras hojas amarillas... o dicho sin vueltas de calesita y convocando a un entrañable participio: ser compartido...
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Durante esa sucesión de luces y sombras que conforma los momentos de la vida reiteradas veces se corta ese hilo delgadísimo y muy poco visible que algunos llaman felicidad. 

Entonces, las fuerzas flaquean y falta el aire. Las ideas se evaporan o, en ocasiones, se tiñen de un “negro desesperación” que no da tregua 

¡Qué situación tan terriblemente patética! 

Qué cierto es aquello de que "el sentido común es el menos común de los sentidos". Las salidas existen. Tal vez no las que esperamos. Quizás no llegaremos a ellas por el camino que hemos elegido. Pero existen. 

La muerte es ese sueño indiscutiblemente trágico del cual no hay retorno y, sin embargo, puede que aún en la muerte haya salidas. Hacia otros horizontes. Hacia otros infinitos. Hacia otros mundos de cartón un poco más precisos que éste que habitamos. De todos modos duele. La muerte de los otros es un dolor intenso, desgarrador, amargo que se siente en el alma y en el cuerpo. La muerte de los padres es ese mismo dolor multiplicado hasta el delirio; hasta el ardor incontrolable que sin pausa quema y al mismo tiempo fisura nuestros huesos. La muerte de un hijo no puedo y sinceramente no encuentro el valor para querer imaginármela. Pero debe doler más seguramente 

¿Y por qué no habría de hacerlo? 

 El dolor es un sabio maestro al que ignoramos o del cual huimos sin la mínima cuota de conciencia de cuan importante y necesario es en nuestras vidas. En parte, gracias a él crecemos. Sin embargo, por algún esencial y caprichoso rasgo de la naturaleza humana le tememos. Y es justamente el miedo quien nos hace esconder en los rincones más insospechablemente ocultos. Podemos permanecer allí por horas, meses, años... incluso vidas, en nuestro afán de no enfrentar las situaciones por el simple motivo de que tenemos miedo. Es verdad, el miedo paraliza. 

¿Entonces?

Entonces busquemos algún esquema lógico que nos ayude a erradicarlo y a avanzar. Pensemos en la muerte de los otros. Pensemos en nuestra propia muerte. A ella no hay más alternativa que enfrentarla. 

Pues bien, ¿Por qué no hacer lo mismo con otras situaciones? 

Tal vez porque la cobardía o la mediocridad no nos permiten ser y, siendo, hacernos cargo de nuestras elecciones. Quizás porque por negligencia o alguna otra razón no nos hemos formado o no nos sentimos preparados para hacerlo. Porque confiamos en el después, en la existencia de un mañana en el que podremos concretar todo aquello que hoy postergamos. Porque de esta forma no arriesgamos, y al no arriesgar creemos, falsamente, que no perdemos. 

¡Qué pensamiento pobre, vacío, inútil! 

Nos perdemos en la consecución de escapatorias que desembocan en un círculo vicioso que nos atrapa y nos desmoraliza, nos desfigura, nos despersonaliza, nos consume. No se trata de huir ni de ignorar. Como alguien dijo alguna vez: “ Huyo para ignorar pero no puedo ignorar que huyo.” Se trata de tomar conciencia, hacerse cargo, enfrentar las situaciones y arriesgar. Si tuvimos la posibilidad de prepararnos para ello y no lo hicimos da igual. Ya no podemos remediarlo, debemos seguir más allá de los resultados. Huir es negar la realidad y en tal proceso negarnos a nosotros mismos. Enfrentar la situación significa enfrentarse a la vida y demostrarle que aún nos quedan fuerzas, que apostamos contra el miedo y que, en el peor de los casos, aceptaremos revancha. Porque arriesgar implica dos finales, y acaso el fracaso nos enseña mucho más que el éxito. 

El éxito se alcanza, se disfruta y allí inmediatamente perece entre sonrisas e ilusiones. El fracaso lastima, claro, pero las heridas merecen ser curadas. Entonces es imposible detenerse. Fracasar es darse cuenta de que aquel camino no sirve y buscar nuevas alternativas. El fracaso, contrariamente a lo que usualmente creemos, nos impulsa hacia adelante. 

La magia de perder reside en la posibilidad de buscar nuevas estrategias para avanzar hacia el triunfo. 

Y triunfar en la vida es no haber perdido el tiempo. Pero perder el tiempo no es detenerse, descansar, sentirse agobiado. Es desdibujar el límite entre los objetivos concretos, los deseos y las utopías, y, en consecuencia, bajar los brazos ante el primer obstáculo. 

El triunfo tiene diversas formas y colores. Usualmente se mide en conocimientos, títulos, honores, posesiones, fama, dinero, vestimenta... y acaso tenga mucho más que ver con el alma y las pasiones. Cuánto más ricos seríamos si midiéramos el triunfo en cantidad de amigos, abrazos, esperanzas, hacerse cargo, riesgo, canciones en la ducha, amor, viajes, locura, arrebato, sol, vino, poesía aún mal rimada, esfuerzo, ayuda, diálogo, mar, silencio, sonrisas, carcajadas, suspiros, fotos en blanco y negro, películas de antes, milongas, sudor, lágrimas, ideas y caminos, y mucho más, y todo lo que cabe en el alma. 

Porque triunfar va mucho más allá de concretar un objetivo, de llegar a la meta. Alcanzar un sueño es algo maravilloso, pero es solamente eso, la realización de algo hasta entonces esperado. 

En cambio triunfar en la vida es haber aprovechado al máximo ese período inexacto entre nuestro comienzo y nuestro fin. 

  A.C - 24/06/2004

Garabateando acordes...